Contentete me puse y alborotao al sabé que mi suegra l´había diñao, pero mi mujé quiso que yo sufriera, y al parir a mi hija parió a mi suegra.
¡Que mala pata tienen algunos hombres cuando se casan!
II
- Si al pasá ´l arroyo se junde´l carro, dale bien a las mulas y suerta un ajo, que si t´andas con mimos y con pamplinas, tienes atolläero pa toá tu vida
Me dijo´l ama, gorviendo de l´iglesia l´otra mañana.
III
Yo no sé de lerturas ni m´hace farta, pa cudiar bien al amo y a la senara. Yo seré mu mendrugo, mu calabazo, y más listo qu´el cura será mi amo;
¡pero es lo güeno, que töitos las años mus entendemos!
IV
Yo teng´un burro grande, mu jaronazo, y una burrina nana qu´es com´un rayo. Yo los miro y me igo pa mis adentros, ¡con lo güeno de dambos, qué gran jumento!
Mi compadre me ijo que los casara, que dambas cosas güenas pué que cuajaran.
Y en dispués de casalos salió la cria más nana y más jarona que la familia.
Y a mi mujé le igo, con desimulo. a nusotros nos pasa como a los burros.
El Noviajo
I
Tocan las campanas la gente s´alegra. Unos güenos mozos, cantando flamenco, jacen gorgoritos en una taberna.
Tocan las campanas, tocan dando güertas, qu´asín tocan siempre los días de fiesta.
Hay riñas de gallos en la resolana de las corraleras y en el altozano, junt´a los ceviles unos zagalones se juegan las perras.
Los viejos s´apiñan, s´apiñan las viejas jaciendo la bulra de la gente nueva.
S´arriscan las mozas, y van peripuestas luciendo los guapos pañuelos de sëa; goliendo a manzanas, goliendo a camuesas.
Van en carrefilas, jaciendo pinitos, camino e la iglesia... Y yo, qu´era malo, más malo qu´un vendo, me voy detrás d´ellas.
Me voy detrás de ellas sin ver a los gallos que riñen los mozos en las corraleras; sin tomá las once, sin jugá las perras.
Me voy tras las mozas porque va con ellas, la que yo dinguelo, la que me dinguela. con sus ojos negros de mirás mu tristes con sus ojos tristes de mirás mu negras.
Yo qu´era tan malo, me voy pa l´iglesia sin tomá las once, sin jugá las perras, sin di a las riñas de las corraleras.
¡Que jormá te pones! - me icen los viejos,- ¡que güeno qu´eres! - me icen las viejas- ¡Chacho! ¿que t´ha dao? - me icen los mozos dende la taberna. M´ha dao la vía, la vía qu´es güena cuando se trebaja por una querencia, cuando por un argo, que llevamos drento se sufre y se pena; cuando, de röillas, drento de la iglesia, rezando, lloramos sin danos vergüenza. La quiero y me quiere, espero y espera jasta que yo junte pa dale las donas, jasta qu´ella s´haga´l ajuá con la hijuela.
Tocan las campanas, la gente s´alegra. Mi novia va a misa; yo voy detrás d´ella, y alli, mesmamente delante del Cristo, jincao en la tierra, rezando las cosas qu´a mi m´enseñaron cund´iba a la escuela, una vos me ice: ¡sé güeno y trebaja!; y otra vos me ice: ¡trebaja y espera!
II
¡Qué güena y qué santa! Qué santa y qué güena!... Con lo que me quiere, ni siquiá me mira drento de la iglesia.
Por eso me icen qu´a mí me disprecia porque no me mira drento de l´iglesia.
¡Juy, que cacho e brutos! ¡Juy, que mal que piensan! Si mesmitamente lo qu´a mí m´alegra es que no se istraiga, es que no m´atienda, pa qu´asin la Virgen mus dé de seguía lo qu´ella la píe ca ves que la reza.
III
Cariños mu jondos son dambos cariños, querencias mu jondas son dambas querencias.
Cuando con la jacha descuajo en la jesa, las ramas se runden, la jacha se mella, y yo, que soy juerte, me queo sin juerzas...
Cuando yo la vide po la ves primera, prencipió la cosa de nuestro noviajo con nuestros quereles y nuestras querencias.
Yo sé qu´el cariño d´ella no se runde, ni el mio se mella, que semos más duros que los arcornoques y más que los jierros de las jerramientas.
¡Qué juerza más grande llevamos por drento! ¡que juerza, qué juerza!
Cuando con el burro salgo mu templano camino e la jesa, siempre me la encuentro barriendo la puerta; y siempre me ice: - ¡Anda con Dios hombre!- y siempre le igo: - ¡ Quéate con Dios Petra!- y le doy al burro pa qu´ande más listo, y ella barre, barre, mucho más depriesa...
Y si, ya mu lejos, güervo la cabeza, me mira y se ríe con esa risina que tanto m´alegra...
¡Qué trebajaora! ¡Qué guapa y qué güena! ¡Si páece mentira que tanto me quiera!
Tocan las campanas tocan dando güertas...
Unos güenos mozos, cantando flamenco, jacen gorgoritos en una taberna.
Hay riñas de gallos en la resolana de las corraleras; y en el artozano, junt´a los ceviles, unos zagalones se juegan las perras...
¡Juy, qué cacho e brutos! ¡Juy, qué mal que piensan creyendo que asina son las diversiones de la gente nueva!
Y ¡es claro!, por eso, ¡qué corcio!, me icen qu´ella me disprecia porque no me mira drento de la iglesia con sus ojos negros de mirás mu tristes, con sus ojos tristes de mirás mu negras.
La Nacencia
I
Bruñó los recios nubarrones pardos la lus del sol que s´agachó en un cerro, y las artas cogollas de los árboles d´un coló de naranjas se tiñeron.
A bocanás el aire nos traía los ruídos d´alla lejos y el toque d´oración de las campanas de l´iglesia del pueblo.
Ibamos dambos juntos, en la burra, por el camino nuevo, mi mujé mu malita, suspirando y gimiendo.
Bandás de gorriatos montesinos volaban, chirrïando por el cielo, y volaban pal sol qu´en los canchales daba relumbres d´espejuelos.
Los grillos y las ranas cantaban a lo lejos, y cantaban tamién los colorines sobre las jaras y los brezos, y roändo, roändo, de las sierras llegaba el dolondón de los cencerros.
¡Qué tarde más bonita! ¡Qu´anochecer más güeno! ¡Qué tarde más alegre si juéramos contentos!... - No pué ser más- me ijo- vaite, vaite con la burra pal pueblo, y güervete de prisa con l´agüela, la comadre o el méico -.
Y bajó de la burra poco a poco, s´arrellenó en el suelo, juntó las manos y miró p´arriba, pa los bruñíos nubarrones recios.
¡Dirme, dejagla sola, dejagla yo a ella sola com´un perro, en metá de la jesa, una legua del pueblo... eso no! De la rama d´arriba d´un guapero, con sus ojos roendos nos miraba un mochuelo, un mochuelo con ojos vedriaos como los ojos de los muertos... ¡No tengo juerzas pa dejagla sola; pero yo de qué sirvo si me queo!
La burra, que rroía los tomillos floridos del lindero carcaba las moscas con el rabo; y dejaba el careo, levantaba el jocico, me miraba y seguía royendo. ¡Qué pensará la burra si es que tienen las burras pensamientos!
Me juí junt´a mi Juana, me jinqué de roillas en el suelo, jice por recordá las oraciones que m´enseñaron cuando nuevo. No tenía pacencia p´hacé memoria de los rezos... ¡Quién podrá socorregla si me voy! ¡Quién va po la comadre si me queo!
Aturdio del tó gorví los ojos pa los ojos reondos del mochuelo; y aquellos ojos verdes, tan grandes, tan abiertos, qu´otras veces a mí me dieron risa, hora me daban mieo. ¡Qué mirarán tan fijos los ojos del mochuelo!
No cantaban las ranas, los grillos no cantaban a lo lejos, las bocanás del aire s´aplacaron, s´asomaron la luna y el lucero, no llegaba, rondo, de las sierras el dolondón de los cencerros... ¡Daba tanta quietú mucha congoja! ¡Daba yo no sé qué tanto silencio!
M´arrimé más pa ella; l´abrasaba el aliento, le temblaban las manos, tiritaba su cuerpo... y a la luz de la luna eran sus ojos más grandes y más negros.
Yo sentí que los míos chorreaban lagrimones de fuego. Uno cayó roändo, y, prendío d´un pelo, en metá de su frente se queó reluciendo. ¡Que bonita y que güena, quién pudiera sé méico!
Señó, tú que lo sabes lo mucho que la quiero. Tú que sabes qu´estamos bien casaos, Señó, tú qu´eres güeno; tú que jaces que broten las simientes qu´echamos en el suelo; tú que jaces que granen las espigas, cuando llega su tiempo; tú que jaces que paran las ovejas, sin comadres, ni méicos... ¿por qué, Señó, se va morí mi Juana, con lo que yo la quiero, siendo yo tan honrao y siendo tú tan güeno?...
¡Ay! qué noche más larga de tanto sufrimiento; ¡qué cosas pasarían que decilas no pueo! Jizo Dios un milagro; ¡no podía por menos!
II
Toito lleno de tierra le levanté del suelo, le miré mu despacio, mu despacio, con una miaja de respeto. Era un hijo, ¡mi hijo!, hijo dambos, hijo nuestro... Ella me le pedía con los brazos abiertos, ¡Qué bonita qu´estaba llorando y sonriyendo!
Venía clareando; s´oïan a lo lejos las risotás de los pastores y el dolondón de los cencerros. Besé a la madre y le quité mi hijo; salí con él corriendo, y en un regacho d´agua clara le lavé tó su cuerpo. Me sentí más honrao, más cristiano, más güeno, bautizando a mi hijo como el cura bautiza los muchachos en el pueblo.
Tié que ser campusino, tié que ser de los nuestros, que por algo nació baj´una encina del camino nuevo.
Icen que la nacencia es una cosa que miran los señores en el pueblo; pos pa mí que mi hijo la tié mejor que ellos, que Dios jizo en presona con mi Juana de comadre y de méico.
Asina que nació besó la tierra, que, agraecía, se pegó a su cuerpo; y jue la mesma luna quien le pagó aquel beso... ¡Qué saben d´estas cosas los señores aquellos!
Dos salimos del chozo, tres golvimos al pueblo. Jizo dios un milagro en el camino: ¡no podía por menos!
CONSEJOS DEL TIO PERICO
No me jimples, no me jimples mocosina; no t´enfusques, ni me fartes al respeto no reguñas, Carnación, ni esparrataques esos ojos cuando yo te dé un consejo.
Esos ojos qu´otros días me miraban chiquininos, entornaos, zalameros y hora miran rencorosos y asustaos del sentir que llevas drento y de l´honra de tu casta que derrumbran esa jambre que tú tienes de dinero y ese orgullo mardecio, porque sabes qu´eres guapa, más que toas las del pueblo.
Ya te ije qu´el noviajo s´ha eschangao que no quiero yo jarones, que no quiero ni las jesas, ni las yuntas, ni los miles mal ganaos por el padre de Nocencio; qu´el süor que nuestras frentes esparraman pa ganar el cacho pan que nos comemos jiede a sangre corrompía si es que güerve a nusotros del arcón del usurero.
No me jimples, no reguñas, no te casas con el hijo del tio Bruno, no consiento qu´esa cara tan bonita qu´han bruñio esos labios con la juerza de sus besos jasta hacegla reluciente como el oro de la tarde, cuando el sol se va del cielo, te s´emprigue col el vaho de süores ya podrios encerraos en el cuerpo sin que chupen las esponjas del trebajo la carroña creminal de su veneno.
Semos probes, hija mia, porque icen que son probes los que no tienen dinero: semos probes, semos probes, ¡qué sé yo! eso icen de nusotros, icen eso.
Quiere un hombre de rïaños, que te quiera, quiero un hombre con agallas de los nuestros, d´esos hombres que dispiertan las gallinas cuando salen con los burros del cabresto, y en el campo despabilan las alondras agachás entre los surcos del barbecho, qu´esparraman sus chilríos d´amor cuando viene el sol agateändo por los cerros y s´ajuyen las neblinas y s´apagan las estrellas y la luna y los luceros.
Quiere un hombre sin fanfarrias que te iga los sentires que se jinchan mu p´adentro, jasta cuando que revientan en paliques que los ojos arrebuscan en el suelo.
Quiere un hombre, quiere un hombre d´estos hombres ya curtios por el frio del invierno, y tostaos por el sol del meyodía, y bañaos po las aguas de febrero, y besaos po la luna cuando duermen en las eras, junt´al trillo, cara´l cielo. Qu´estos hombres son los machos d´una raza de castúos labraores extremeños que inorantes de las cencias de los sabios las jonduras d´otras cencias descubrieron cavilando tras las yuntas en la pas de los barbechos.
Ellos saben que la tierra labrantía, seria, llana y arrogante´n los recuestos, es la jembra que mantiene muchos hijos con la juerza de la savia de sus senos; y es la madre, y es la novia y es la hermana del gañán que, con calor de macho en celo, la colmara de cudiaos, la regara con süores de su cuerpo, la labrara con cariño, derramara por sus surcos el granero y supiera coformase cual cristiano cuando Dios, dende los cielos, pa probá si eran mu jondas sus querencias, malograra sus esfuerzos.
Qu´estos hombres qu´al amor de sus terruños ayuntaron el sentir de sus adentros, despreciando la pereza sin descanso de los hijos poltronaos del dinero, con la juerte calentura de la gloria que manó del corazón a sus celebros conquistaron pa los reyes de su Patria los Peruses y los Méjicos, y llenaron de pinturas sus iglesias, y palraron su sentir en los Congresos, y cantaron las bellezas de sus campos, y elevaron sus plegarias a los cielos, y murieron orgullosos por la causa de las santas libertades de su pueblo...
Son asina los cachorros de la raza de castúos labraores extremeños, que, inorantes de las cencias d´hoy en día, cavilando tras las yuntas descubrieron que los campos de su Patria y la madre de sus hijos, son lo mesmo.
EL CHIRIVEJE
Pimpollo, rey de tu madre, miagirrina de la groria mesma que cayó de los cielos desprendía del botón reluciente d´una estrella: no me jagas pucherinos cuando yo te jaga fiestas; ponme los ojillos tunos, relámbiate con la lengua. jame´l angó, muchachete, que voy a dalte la teta.
Míala, túmbate a la larga, chachino, chuperretera jasta qu´el cholro del pezón rebose los bujerinos de tus tragaeras.
Asín, con genio, mu juerte, manque t´aplastes las narices mientras y endispués, de muchacho, se te note que las tiés porrillúas y retuertas, qu´a esos que tienen la naris picúa, sus madres ajuyéronle las tetas.
Lucero, pan y condío, espiguina de carne de mis eras, suerbe p´adentro remetiendo juncia, larga chupones atizando yesca pa que aluego, cuando mozo, naide te moje la oreja.
Rempuja tú con genio, chiriveje, chupa jondo y bochinchea, chiquinino de tu casa, muñequino jormao de miel y cera que derritió ´l aliento de tu padre, que yo cuajé con sangre de mis venas, que Dios jizo al igual que semos dambos pa que tós devinaran tu nacencia; remete´l jociquino bien p´adentro, rempuja con to tu juerza, que asín el chipitón saldrá seguío con dos gorpes tan solo qu´arremetas.
Descudia tú, preciosino, no te acagaces y aprieta, mamque se ringuen tus narices guapas y te se pongan retuertas, que por esas señales se conocen los muchachos castúos de tu tierra, los hijos de las madres que son madres tan aïna que Dios las jace jembras; porque aquí, pa nusotros, tós sabemos, com´una cosa mu cierta, qu´a esos que tienen la narís picúa, sus madres ajuyéronle las tetas.
EL PORQUÉ DE LA COSA
Miá, Celipe, ¡que gusto!, tres manojos d´espigas repañás en un instante; dende misa mayor al meyodía, tres manojos lo mesmo que tres jaces.
Y ná más. Tú trebaja, que yo barro p´alantre y presto jorraremos pa la suerte los cuatro mil rïales.
Y ná más. Que rechiflen y reguñan, cavilando burrás los jolgazanes, iciendo que los probes mueren jartos de trebajo y de jambre: ¡ellos si que revientan de su rabia lo mesmito qu´estrumpe un triquitraque!
¿Pero qué refunfuñas entre dientes? ¿Qué congojas te anúan el gagnate que ni me palras, ni siquiá, Celipe, te güerves pa mirame?
D´un periquete voy a ve´l puchero y atrancar el postigo de la calle, pa dispués que me siente en tus röillas que no mus coja naide, icirte yo las cortas ocurrencias de mis cortos arcances.
¡Ajajá! Celipillo, tu tiés argo, tú no pués engañarme, o el amo te miró con mala cara, o bajó el manijero los jornales; pero tú tienes argo, Celipillo, argo que yo no pueo devinate por más que me caliento la mollera rebuscando el porqué de tus pesares.
Pero dame la cara, ¡por Dios, hombre!; dam´un beso y abrázame, y dame un estrujon juerte, mu juerte, pa ve si al estrujame quié reventá de gorpe la vejiga de jieles qu´avinagra tu caraite.
¿Es que gorvemos otra ves, Celipe, a las mesmas junciones d´andenantes, por qu´eres orgulloso y no te gusta que tu mujé trebaje?
Es qu´aún no juyó de tu caletre el resquemor que tiés que m´asolane por dir a rebuscar a los rastrojos las espigas de trigo? ¡Qué diantre! Pos si es asín, t´amuelas, Celipillo, que n´hay más qu´aguantase.
Descurre una mijina tan siquiera pensando en esa cosa que tú sabes. ¡Ay, Celipillo, Celipillo tonto, que p´al mes de Los Santos semos padres, qu´hay que jorrar, ¡recontra!, pa la suerte los cuatro mil rïales, qu´el corazón me ice qu´es un macho lo que yo voy a dalte.
Un macho mu jorzúo, con agallas, con genio, con reaños, con coraje; más vivo que los vientos, más listo que los frailes, más duro que las piedras, más güeno que los ángeles, qu´ha de saber podar como su agüelo y ha de saber segar como su padre. Y será campusino mu castúo, y será labraor, ¡que duda cabe! pa labrar esa suerte que mercamos con la yunta qu´habemos de mercale.
Páece que ya no gruñes, Celipillo, páece que ya t´atreves a mirame, y me jaces cosquillas con las barbas de tanto como quieres arrimate...
¡Mi feuchillo! Si tú eres mu candongo, dame un beso y abrázame, pero a vel, cuidaito y no m´estrujes que ya me tiés breá de cardenales, y de fijo que vía las estrellas si mu juerte llegaras a estrujame.
Amos a ver, prencipia... ¡No seas burro! ¡Mia que chillo!... Prencipia cuanto antes.
- Yo te voy a jundir en una urnia, cacho e cielo dorao de la tarde; yo te voy a jundir en una urnia pa que no te de´l aire.
- Güeno, las manos quietas, Celipillo; amos a ser jormales.
- Yo te voy a comer esa boquina una ves que t´arrimes pa besame, y endispués de comía m´entapono pa que no me s´escape.
- Mia, Celipe, si sigues burreando, esta noche m´acuesto con mi madre.
- Porqu´eres tú lo mesmo de preciosa que la Virgen del Carmen.
- Pos si tanto te gusto, venga, dime, ¿por qué refunfuñabas andenantes? ¿Por qué no me mirabas? ¿Qué ajogos agriaban tu caraite?
- Mis ajogos, mujé, no son pa dichos, que no puén esplicase manque yo m´embuchara más palraos que tos los sacamuelas chalratanes. Mis ajogos se cuajan aquí dentro con negros cuajarones de mi sangre que me´enturbian los ojos y me jieren lo mesmo que si jueran dos puñales. Y tú te tiés la curpa, ya lo ije. Y to por nuestro mozo, ya lo sabes.
Tú vas a espurgá las rastrojeras, y en tres días ajuntas cuatro jaces, y contenta me vienes y me ices que tú barres p´alantre.
Yo, que soy segaor, sé bien de cierto que mu pocas espigas se mus caen, y yo dúo si espurgas los rastrojos o las cargas que pillas por delante.
Y eso ya no pué ser: esta es la jonra que al muchacho tenemos que dejagle más limpia que la cara de la Virgen, más branca que la fló de los jarales, y al que quiera manchala me lo jundo manque sea su madre.
Y no jimples, que son feguraciones y no jue mi decir pa molestase, que bien pudo segar en esa suerte por argún casual un prencipiante.
Y asín y tó no quiero qu´arrebusques las migajas qu´algunos se le caen, siquiera mientras lleves ahí metio nuestro mozo, porqu´eso es enseñale desde chico a doblar el espinazo y a viví de las sobras de los grandes; y asín saldrá sin juerzas, sin agallas, sin brios, sin coraje pa pescar el jocino y dir al corte pa llevase a los hombres por delante.
Ya no güerves a di pa los rastrojos. Ya no juntas más jaces, qu´el muchacho no viene pa escurrajas y me lo pués torcer con agachate.
Porque, mira, mujé, con esas cosas, ¿sabes tú lo que jaces? Pos le plantas el jierro de los probes que no lo borra naide.